¿A qué suena un granjero borracho?

¿Qué nos quieren contar los compositores cuando escriben una obra musical? ¿Hay un mensaje detrás de los sonidos? Pues lo cierto es que no hay una sola respuesta para estas preguntas porque, a lo largo de la historia de la música, dependiendo de la época y las motivaciones de los compositores, nos vamos a encontrar con casos muy diferentes.

Muchas veces la música no tiene ninguna conexión externa, es decir, su valor es la música misma. No hay ningún mensaje, ni ninguna idea a la que haga referencia más allá de idea musical y el ingenio del compositor a la hora de desarrollar dicho material temático. Estas  composiciones las incluiríamos dentro de lo que llamamos música absoluta o música pura.

Sin embargo, otras veces la música tiene por objetivo evocar ideas e imágenes en la mente del oyente o representar musicalmente una escena, imagen o estado de ánimo. Con frecuencia el compositor se inspira o sigue literalmente un texto, que trata de traducir en sonidos. Estas composiciones que contienen referencias a elementos extramusicales las incluiríamos dentro de lo que llamamos música programática. Obviamente, la música vocal que está determinada por un texto está mucho más ligada a este tipo de música pero dentro de la música instrumental encontramos muchos ejemplos de música programática, como el que vamos a analizar hoy: los cuatro conciertos para violín y orquesta que Antonio Vivaldi dedicó en 1721 a cada una de las estaciones del año.

Antes de continuar, aclaremos qué es un concerto. Como forma musical, el concerto nació en el Barroco. Normalmente tenía tres movimientos contrastantes en los que el primero y el último solían ser más rápidos que el movimiento central. Primero apareció en Italia el concerto grosso que se basaba en la contraposición entre un pequeño grupo de solistas (concertino) y la orquesta completa (tutti o ripieno). Uno de los mayores compositores fue Arcángelo Corelli.

Años después sería el compositor que nos ocupa hoy, Antonio Vivaldi, el que consolidaría el concerto per soli en el que estableció un diálogo entre solista y la orquesta. Éste sería el modelo que se impuso a partir de entonces y fue adoptado por unanimidad por todos los compositores preclásicos, clásicos y románticos, llegando prácticamente hasta el día de hoy.

Bien, volviendo a la historia que nos ocupa, Vivaldi se basó en cuatro sonetos para cada una de sus estaciones. Cada uno se divide en tres partes, que se corresponden con cada uno de los movimientos de los concertos, por lo que podemos considerar a este conjunto de composiciones como música programática. Si tenéis interés en conocer los textos completos de los poemas los podéis leer en esta entrada de la Wikipedia. Para bucear dentro del fascinante mundo que crea Vivaldi en sus concertos y descubrir todos sus secretos… ¡Pulsa el play del siguiente vídeo de Jaime Altozano!